Paquito,
Autobiografía.
Autobiografía.
CAPITULO I
PAQUITO DECÍA:
Que podría decirse de Paquito, le gustaba bañarse con el agua de lluvia, le gustaba el día húmedo y húmedo sus zapatos, para ese entonces pies, porque para lo que alcanzaba en su seno familiar solo eso, pies descalzos.
Como cuando caminaba lento y
descuidado, cuando los ojos se me llenaban de lagrimas y nadie me abrazaba,
como cuando buscaba la mirada de alguien y solo la luna, la noche y lo oscuro
de ese momento me hablaban de mi, de quien era y quien sería en los años que me
acompañarían a existencia mía; me vi, me quede impregnado en esos segundos que fungieron
como amigos míos mientras pensaba durante mucho tiempo y años después en qué
sería mi vida, caminamos juntos con pies descalzos, tardíos, sobre todo sucios
buscando alcanzar lo que alcanzan los infelices. Con una lagrima en los ojos y
millones en el corazón, los colores que desde mi niñez pintarían mi vida se
esfumaron de mi, los gemidos de mi alma los asustaron, viajaron a mí, me vieron
y huyeron de mí, me quede solo, con una amiga que desde entonces vive conmigo,
soledad, ella siempre fiel, siempre a lado mío en cualquier lugar, en el cielo
azul que me escondía para que nadie me lo robara o en el sótano de mis lagrimas
junto a recuerdos que nunca quiero recordar, a lado de las sonrisas que deje a
olvidar, sobre los rincones en los que me echaba dormitar, debajo de esos
sueños de los que nunca quería despertar. ¿Para que decir lo que con fuerzas de niño quisiera olvidar?, ¿Para qué describir el dolor que mi alma
quisiera dejar en ese lugar en el que se fueron mis lagrimas?, por última vez y
por si no hay mañana, por este hecho, dejo verme desde mis ojos, desde mi
ventana, desde este pedazo de rincón mío con mucha tristeza, coraje,
resentimiento y reservas de mil de mis sonrisas juntas para los tragos amargos
nada mejor que un vaso lleno de momentos en los que podía reír.
Caminaba,
lloraba, recordaba que lo hacia todos los días pero como sin vida, hueco y
vacio, yo lo acompañaba sin decir nada, veía como se sentaba sobre una banqueta
escombrosa y veía cuando las lagrimas le limpiaban su carita sucia y triste
hubiera querido quedarme junto a él, abrazarlo, llenarlo de un rato de
felicidad, no sé, al menos regalarle unas cuantas de estas sonrisas que ahora
son mías, pero no, solo podía verlo y a veces llorar con él, podía ver la tarde
y la noche caer sin permiso alguno justo
en él, no se daba cuenta que las horas ya habían pasado que era hora de meterse
a casa como todos los niños a dormir, pero así no era la vida de Paquito, la
calle lo veía llorar conmigo, era tanta soledad con él que el llanto nos
acompañaba hasta que alguien se acordaba que Paquito vivía, aquel ente lo
tomaba del brazo con regaños, aruños, gritos y demás cosas que le dejaban una
noche aun más triste e incomprensible, pobre, no tenía a quien abrazar ni quien
lo abrazara me tenía a mi pero solo lo veía de lejos. No tenía ni un recuerdo
hasta ahora ni uno solo de una muestra de amor de esa masa corpulenta que
muchos llaman madre, lo podía ver con su ropa sucia todos los días, todos los
días con la misma muda, todos los días sobre las calles deambulando con las
mismas lagrimas buscando alguien con quien jugar, alguien que le regalara un
segundo suyo y un minuto de su sonrisa pero no había nadie, no había tal ni había
quien, había un odio dentro de él, una duda en y de su existencia, el vacio seguía
ahí, no tenia como todos una madre que jugara con él o al menos que lo
regañara, no tenía un padre que le gritara, lo tenía pero era como el mismo
tempano sin cruzar palabras, Paquito lo veía, lo quería abrazar, le temía, no
se le acercaba, ese aliento a alcohol no era buena señal, se le alejaba, lloraba
aun mas, se desconcertaba, se negaba esa vida, su vida misma, así fue para él muchos años, la vida fue demasiada
desencarecida, eso tan solo a unos cuantos años de vida para los próximos
vendrían días aun peores, con mas lagrimas, menos sonrisas y con el alma sembrando
a este que ahora es. Antes como niño pensaba que las ratas vivían mejor, aun
mejor, quizá las zarigüeyas cuidaban de sus criaturas más que la persona que
tenía que cuidar de él, yo tampoco tuve la fortuna de embriagarme de amor cerca
de los brazos de esa persona que yo escuchaba que muchos estrujian en sus
brazos, mamá estaba lejos, quien sabe dónde, quien sabe porque rumbos o que
caminos la dirigían, yo en cambio sufría mi desconsuelo, mi soledad, el hambre
y el frio, me acuerdo de mi mismo abrazándome para calmar cualquier ansiedad o
hambre, creía de niño que habían unas bestias dentro de mí que se devoraban
unas con otras, hacían ese tipo de ruido extraño que se tornaban tensos y
graciosos, pero no reía, antes lloraba, para eso cerca de mi tenía una abuela
que se quitaba de lo poco que tenia para su boca para llevármela a la mía,
recuerdo dos monedas sobre sus manos, las de menos valor con las que apenas y
se puede comprar una sonrisa y un dulce para un niño como yo y mi hermana, para
los dos nos era mejor que el día se fuera lo más rápido posible, crecer para no
padecer, eso nos fortalecía como un enjuague de lagrimas que no quisimos dejar
a flote, ella y yo nos levantábamos, mi mano era la de ella y la de ella la mía
cuando lo necesitábamos, nos toco a pocos años de los míos y los de ella estar con las manos sucias, piel sudada y con
la frente chamuscada de tanta calor mientras se servía de nosotros para el
trabajo pesado un comerciante de legumbres, sí, a esos pocos cortos años ya
sabíamos lo que costaba ganarse lo que uno se lleva a la boca, conocimos el
cansancio en nuestros cuerpos y la debilidad de ellos cuando nos íbamos a
dormir, las manos rasposas también fueron las nuestras, a la falta de padre y
madre dos hermanos que se acoplaban a esa vida, a la del trabajo forzoso y
pocas monedas, quizá no alcanzaba para el pan de cada día, pero si para el
bendito dulce de ese día, ese fui yo, un pequeño sin juguetes, un niño sin
infancia con pocas sonrisas y en mas que silencio, profunda soledad.
No hay inicio del principio ni
el principio del inicio, volviendo a él; Paquito inició desde cuando se
aferraba a esta, su vida, remontándome a 1989 un miércoles 11 de agosto, un día
feo como muchos de los de Paquito, como uno de esos días que uno no quiere
acordarse vino a nacer, llego desde un camino que nadie hubiese querido
recorrer a sabiendas de la vida que le seria dada, este día del que vino formar
parte, Paquito nació flaco, pálido, escuálido
y como con las lagrimas de una
devota en pena, sus lloridos se oían de la casa a la casa de la vecina, bueno
fue que fuera parto normal y no uno propiciado por los descuidos de mi padre en
plena revancha de alcoholización, pero para que tanta buena suerte al nacer si
pocos meses duraría esto que a los seis mi madre lo dejaría arronzado como el peor,
pienso mejor le hubiera sido a mi madre dejarme entre los muertos que nunca
vieron la luz a que me dejara después de seis meses solo a mi suerte con el
frio que se acerca sobre agosto y los próximos meses que se avecinaban. Qué
decir de mí y de mi vida, que parece mentira pero no lo es, es tan cierto como
verdad, como las cicatrices que no se marchitan ni estas lagrimas que caen al
recordar.
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