viernes, 21 de octubre de 2011


Paquito,
Autobiografía.
CAPITULO I
PAQUITO DECÍA:


Que podría decirse de Paquito, le gustaba bañarse con el agua de lluvia, le gustaba el día húmedo y húmedo sus zapatos, para ese entonces pies, porque para lo que alcanzaba en su seno familiar solo eso, pies descalzos.
Como cuando caminaba lento y descuidado, cuando los ojos se me llenaban de lagrimas y nadie me abrazaba, como cuando buscaba la mirada de alguien y solo la luna, la noche y lo oscuro de ese momento me hablaban de mi, de quien era y quien sería en los años que me acompañarían a existencia mía; me vi, me quede impregnado en esos segundos que fungieron como amigos míos mientras pensaba durante mucho tiempo y años después en qué sería mi vida, caminamos juntos con pies descalzos, tardíos, sobre todo sucios buscando alcanzar lo que alcanzan los infelices. Con una lagrima en los ojos y millones en el corazón, los colores que desde mi niñez pintarían mi vida se esfumaron de mi, los gemidos de mi alma los asustaron, viajaron a mí, me vieron y huyeron de mí, me quede solo, con una amiga que desde entonces vive conmigo, soledad, ella siempre fiel, siempre a lado mío en cualquier lugar, en el cielo azul que me escondía para que nadie me lo robara o en el sótano de mis lagrimas junto a recuerdos que nunca quiero recordar, a lado de las sonrisas que deje a olvidar, sobre los rincones en los que me echaba dormitar, debajo de esos sueños de los que nunca quería despertar. ¿Para que decir lo que con fuerzas de niño quisiera olvidar?, ¿Para qué describir el dolor que mi alma quisiera dejar en ese lugar en el que se fueron mis lagrimas?, por última vez y por si no hay mañana, por este hecho, dejo verme desde mis ojos, desde mi ventana, desde este pedazo de rincón mío con mucha tristeza, coraje, resentimiento y reservas de mil de mis sonrisas juntas para los tragos amargos nada mejor que un vaso lleno de momentos en los que podía reír.


Caminaba, lloraba, recordaba que lo hacia todos los días pero como sin vida, hueco y vacio, yo lo acompañaba sin decir nada, veía como se sentaba sobre una banqueta escombrosa y veía cuando las lagrimas le limpiaban su carita sucia y triste hubiera querido quedarme junto a él, abrazarlo, llenarlo de un rato de felicidad, no sé, al menos regalarle unas cuantas de estas sonrisas que ahora son mías, pero no, solo podía verlo y a veces llorar con él, podía ver la tarde y  la noche caer sin permiso alguno justo en él, no se daba cuenta que las horas ya habían pasado que era hora de meterse a casa como todos los niños a dormir, pero así no era la vida de Paquito, la calle lo veía llorar conmigo, era tanta soledad con él que el llanto nos acompañaba hasta que alguien se acordaba que Paquito vivía, aquel ente lo tomaba del brazo con regaños, aruños, gritos y demás cosas que le dejaban una noche aun más triste e incomprensible, pobre, no tenía a quien abrazar ni quien lo abrazara me tenía a mi pero solo lo veía de lejos. No tenía ni un recuerdo hasta ahora ni uno solo de una muestra de amor de esa masa corpulenta que muchos llaman madre, lo podía ver con su ropa sucia todos los días, todos los días con la misma muda, todos los días sobre las calles deambulando con las mismas lagrimas buscando alguien con quien jugar, alguien que le regalara un segundo suyo y un minuto de su sonrisa pero no había nadie, no había tal ni había quien, había un odio dentro de él, una duda en y de su existencia, el vacio seguía ahí, no tenia como todos una madre que jugara con él o al menos que lo regañara, no tenía un padre que le gritara, lo tenía pero era como el mismo tempano sin cruzar palabras, Paquito lo veía, lo quería abrazar, le temía, no se le acercaba, ese aliento a alcohol no era buena señal, se le alejaba, lloraba aun mas, se desconcertaba, se negaba esa vida, su vida misma, así fue para él  muchos años, la vida fue demasiada desencarecida, eso tan solo a unos cuantos años de vida para los próximos vendrían días aun peores, con mas lagrimas, menos sonrisas y con el alma sembrando a este que ahora es. Antes como niño pensaba que las ratas vivían mejor, aun mejor, quizá las zarigüeyas cuidaban de sus criaturas más que la persona que tenía que cuidar de él, yo tampoco tuve la fortuna de embriagarme de amor cerca de los brazos de esa persona que yo escuchaba que muchos estrujian en sus brazos, mamá estaba lejos, quien sabe dónde, quien sabe porque rumbos o que caminos la dirigían, yo en cambio sufría mi desconsuelo, mi soledad, el hambre y el frio, me acuerdo de mi mismo abrazándome para calmar cualquier ansiedad o hambre, creía de niño que habían unas bestias dentro de mí que se devoraban unas con otras, hacían ese tipo de ruido extraño que se tornaban tensos y graciosos, pero no reía, antes lloraba, para eso cerca de mi tenía una abuela que se quitaba de lo poco que tenia para su boca para llevármela a la mía, recuerdo dos monedas sobre sus manos, las de menos valor con las que apenas y se puede comprar una sonrisa y un dulce para un niño como yo y mi hermana, para los dos nos era mejor que el día se fuera lo más rápido posible, crecer para no padecer, eso nos fortalecía como un enjuague de lagrimas que no quisimos dejar a flote, ella y yo nos levantábamos, mi mano era la de ella y la de ella la mía cuando lo necesitábamos, nos toco a pocos años de los míos y los de ella  estar con las manos sucias, piel sudada y con la frente chamuscada de tanta calor mientras se servía de nosotros para el trabajo pesado un comerciante de legumbres, sí, a esos pocos cortos años ya sabíamos lo que costaba ganarse lo que uno se lleva a la boca, conocimos el cansancio en nuestros cuerpos y la debilidad de ellos cuando nos íbamos a dormir, las manos rasposas también fueron las nuestras, a la falta de padre y madre dos hermanos que se acoplaban a esa vida, a la del trabajo forzoso y pocas monedas, quizá no alcanzaba para el pan de cada día, pero si para el bendito dulce de ese día, ese fui yo, un pequeño sin juguetes, un niño sin infancia con pocas sonrisas y en mas que silencio, profunda soledad.
No hay inicio del principio ni el principio del inicio, volviendo a él; Paquito inició desde cuando se aferraba a esta, su vida, remontándome a 1989 un miércoles 11 de agosto, un día feo como muchos de los de Paquito, como uno de esos días que uno no quiere acordarse vino a nacer, llego desde un camino que nadie hubiese querido recorrer a sabiendas de la vida que le seria dada, este día del que vino formar parte, Paquito nació flaco, pálido, escuálido  y como con  las lagrimas de una devota en pena, sus lloridos se oían de la casa a la casa de la vecina, bueno fue que fuera parto normal y no uno propiciado por los descuidos de mi padre en plena revancha de alcoholización, pero para que tanta buena suerte al nacer si pocos meses duraría esto que a los seis mi madre lo dejaría arronzado como el peor, pienso mejor le hubiera sido a mi madre dejarme entre los muertos que nunca vieron la luz a que me dejara después de seis meses solo a mi suerte con el frio que se acerca sobre agosto y los próximos meses que se avecinaban. Qué decir de mí y de mi vida, que parece mentira pero no lo es, es tan cierto como verdad, como las cicatrices que no se marchitan ni estas lagrimas que caen al recordar.

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